Unas de las imágenes del retablo mayor del Monasterio de San
Isidoro del Campo, realizado por Juan Martínez Montañés, es la adoracion de los
Reyes Magos o Epifanía.
La Epifanía es una de las fiestas litúrgicas más antiguas, más aún que
la misma Navidad. Comenzó a celebrarse en Oriente en el siglo III y en
Occidente se la adoptó en el curso del IV. Epifanía, voz griega que a veces se
ha usado como nombre de persona, significa "manifestación", pues el
Señor se reveló a los paganos en la persona de los magos.
El sagrado misterio de la Epifanía está referido en
el evangelio de san Mateo. Al llegar los magos a Jerusalén, éstos preguntaron
en la corte el paradero del "Rey de los judíos". Los maestros de la
ley supieron informarles que el Mesías del Señor debía nacer en Belén, la
pequeña ciudad natal de David; sin embargo fueron incapaces de ir a adorarlo junto
con los extranjeros. Los magos, llegados al lugar donde estaban el niño con
María su madre, ofrecieron oro, incienso y mirra, sustancias preciosas en las
que la tradición ha querido ver el reconocimiento implícito de la realeza
mesiánica de Cristo (oro), de su divinidad (incienso) y de su humanidad
(mirra). A Melchor, Gaspar y Baltasar -nombres que les ha atribuido la leyenda,
considerándolos tres por ser triple el don presentado, según el texto
evangélico -puede llamárselos adecuadamente peregrinos de la estrella. Los
orientales llamaban magos a sus doctores; en lengua persa, mago significa
"sacerdote".
La tradición, más tarde, ha dado a estos personajes el
título de reyes, como buscando destacar más aún la solemnidad del episodio que,
en sí mismo, es humilde y sencillo. Esta atribución de realeza a los visitantes
ha sido apoyada ocasionalmente en numerosos pasajes de la Escritura que describen
el homenaje que el Mesías de Israel recibe por parte de los reyes extranjeros.
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