" No hace mucho que ocupándonos, aunque incidentalmente de la Semana
Santa en Sevilla, dijimos que el notable movimiento de adelanto que se
advierte en esta hermosa ciudad de Andalucía ha impreso a sus solemnidades
religiosas un sello especialísimo, merced al cual, si bien han ganado bajo
el punto de vista de la ostentación y la riqueza, han perdido, y no poco,
del carácter tradicional que guardan aún en otras poblaciones de menor
importancia. Respecto de su célebre feria, puede repetirse algo semejante.
Entre los verdaderos conocedores de las costumbres andaluzas en toda su
pureza, entre los que buscan con entusiasmo las escenas y tipos y recogen
con afán los cantares y giros pintorescos del lenguaje que revelan la
genialidad propia de un pueblo tan digno de estudio, nunca se borrará el
recuerdo de aquellas renombradas ferias de Mairena y Ronda, de las
cabalgatas a la Vigen del Rocío o la vuelta de las hermandades del Cristo
de Torrijos, cuando desembocaban en tropel por el histórico puente de
barcas entre la nube de polvo que doraba el sol poniente o a la de las
antorchas, que reflejaban su cabellera de chispas en el Guadalquivir;
vistosos grupos de majos a caballo, llevando las mujeres a las ancas, o
multitud de carretas colgadas de cintas y flores, con su obligado
acompañamiento de guitarras, palmas y cantares.
Las ferias, de origen popular, se crearon espontáneamente, y la costumbre, arraigada por la tradición, mantenía su concurrencia; sus anales registran los más altos hechos de la gente de bronce; en sus reales tuvo origen la celebridad de las ganaderías más famosas; en ellas, en fin, como en teatro propio de sus hazañas y gallardías, se daban a conocer los cantadores y los valientes. Un caballo inglés, un Rogs-Karr, un sombrerito Tanchon o cuaquier cosa de este jaez hubiera sido en ellas un verdadero fenómeno. Pero pasó el reinado de la calesa, del cual, y sólo como documento histórico, se conserva alguna desvencijada y rota en las antiquísimas cocheras de las Gradas. El calesero, cuya descripción sirvió de tema a tantas festivas plumas, y cuyo tipo fue modelo de tantos pintores, no fuma ya su cigarro sentado de medio ganchete en la vara, cantando y jaleando el jaco al son del alegre campanilleo, que hacía olvidar el calor, el polvo y la fatiga del camino. Estacionado en la plaza de San Francisco, con un sombrero de copa lleno de apabullos, una levita rancia y un corbatín de suela, lee hoy La Correspondencia en el pescante de un simón. El movimiento social lo ha convertido en cochero de punto."
Las ferias, de origen popular, se crearon espontáneamente, y la costumbre, arraigada por la tradición, mantenía su concurrencia; sus anales registran los más altos hechos de la gente de bronce; en sus reales tuvo origen la celebridad de las ganaderías más famosas; en ellas, en fin, como en teatro propio de sus hazañas y gallardías, se daban a conocer los cantadores y los valientes. Un caballo inglés, un Rogs-Karr, un sombrerito Tanchon o cuaquier cosa de este jaez hubiera sido en ellas un verdadero fenómeno. Pero pasó el reinado de la calesa, del cual, y sólo como documento histórico, se conserva alguna desvencijada y rota en las antiquísimas cocheras de las Gradas. El calesero, cuya descripción sirvió de tema a tantas festivas plumas, y cuyo tipo fue modelo de tantos pintores, no fuma ya su cigarro sentado de medio ganchete en la vara, cantando y jaleando el jaco al son del alegre campanilleo, que hacía olvidar el calor, el polvo y la fatiga del camino. Estacionado en la plaza de San Francisco, con un sombrero de copa lleno de apabullos, una levita rancia y un corbatín de suela, lee hoy La Correspondencia en el pescante de un simón. El movimiento social lo ha convertido en cochero de punto."
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